Por Mónica Durán
Con la camisa bajo el chorro de agua, Amelia observa disgustada la mancha grasienta. Tras horas de remojador y tallones, sigue igual. Las camisas albas son su orgullo, el trofeo que luce su marido. Al conocer a Antonio, vio el mejor hombre: serio, discreto, decente, con el solo vicio del trabajo. La felicidad no es precisamente lo que había imaginado, pero la vida es así.
El timbre apremiante del teléfono la hace correr (es Antonio)
— Aló. ¿Qué haces?
Ella rinde el informe – sin darse cuenta – cada hora.
Después de colgar, mira inquieta el reloj y siente una breve punzada de ansiedad en su estómago.
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