Acababa de advertir hacia el sur, fuera ya de los escombros, en un recodo de las montañas desde el cual apenas se los percibía, la silueta de la estatua.
Bajo su manto petrificado, que el tiempo había roído, era larga y fina como un fantasma. El sol brillaba con su límpida incandescencia, calcinando las rocas, haciendo espejar la capa salobre que cubría las hojas de los terebintos. Aquellos arbustos, bajo la reverberación meridiana parecían de plata. En el cielo no había una sola nube. Las aguas amargas dormían en su característica inmovilidad. Cuando el viento soplaba, podía escucharse en ellas, decían los peregrinos, cómo se lamentaban los espectros de las ciudades.
Fragmento tomado del cuento La estatua de sal de Leopoldo Lugones, incluido en la Antología del cuento extraño.
BUEN FIN DE SEMANA
ME GUSTA
Gracias por el comentario. Las descripciones de Leopoldo Lugones son muy buenas. Un abrazo